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Adiós a un apasionado de los toros

ObituarioCrisanto Jiménez García

Adiós a un apasionado de los toros 1

El sábado fue un día triste para la familia Jiménez Alcázar. Se marchaba de este mundo don Crisanto Jiménez García, a los 95 años, en su Lorca. El mayor de seis hermanos, cuatro varones y dos mujeres, y padre de tres hijos, José, Marisé y Juan Francisco, Crisanto fue persona muy conocida y querida en Lorca, tanto por sus actividades empresariales como por ser el progenitor de uno de los más grandes toreros que ha dado la Región de Murcia, Pepín Jiménez.

Precisamente, don Crisanto fue persona clave para que en Pepín despertara la vocación taurina y llegara a convertirse, en las décadas de los años ochenta y noventa del pasado siglo, en uno de los toreros preferidos de la afición de Madrid, por su toreo dotado de arte y personalidad. La afición a la tauromaquia de don Crisanto, que ha mantenido durante toda su vida, proviene de su niñez. Incluso en su juventud llegó a hacer sus pinitos como novillero, con triunfos en su plaza de Sutullena. Hombre emprendedor, durante su vida desarrolló con éxito una prolija actividad industrial, en sociedad con sus hermanos, dedicados a la madera y a la fabricación de cajas de ese material en las serrerías que regentaron en Lorca y Totana.

Crucial resultó la aportación de Crisanto y sus hermanos en los inicios toreros de su hijo Pepín. Incluso llegaron a construir una plaza portátil en la que organizar festejos taurinos con cabida para unos 4.000 espectadores y emprendieron la aventura de hacerse empresa. Recuerdo la presentación con picadores de Pepín en Cartagena, un Viernes de Dolores, 6 de abril de 1979, en la que rezaba como empresa Jiménez –solo el apellido–. Aquel día, con novillos de Alejandro y Lorenzo García Martín, Pepín haría su primer paseíllo con los del castoreño junto a El Mangui y Espartaco. La empresa de Crisanto organizó también festejos taurinos en su Lorca –de cuya plaza llegó a ser copropietario–, Caravaca de la Cruz –coso del que también fueron dueños durante un tiempo–, Totana y Huércal-Overa, entre otras localidades.

Amante de Lorca, siguió hasta el último momento las novedades del mundo del toro y no se perdía corrida televisada. Su buena salud le mantuvo activo hasta hace bien poco. Me lo imagino en sus últimos paseos, andando en dirección a la Alameda hasta alcanzar con la vista la puerta grande de su coso de Sutullena, mezclando sensaciones encontradas, como el orgullo de comprobar el cariño y la admiración de su tierra por un torero grandioso como Pepín Jiménez, su hijo, hecho estatua en los aledaños de esa puerta principal, y el dolor en las costuras del alma por el recuerdo de un tremendo temblor de tierra que rompió el corazón de muchos de sus paisanos, marcado en las grietas señaladas en la fachada de su plaza de toros. Esa que estos días se llena de albañiles trabajando en una rehabilitación que anhela la afición.

Ahora es el momento de reencontrarse con su querida Leonarda, mujer con la que creó una gran familia. Descanse en paz, Crisanto.

Doña  María  Ruiz  Ijalba
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