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Buen rumbo, querido amigo

ObituarioJosé María Cano Vilar

Buen rumbo, querido amigo 1

Ha fallecido don José María Cano Vilar, mi amigo Pepe Cano. Debería escribir la palabra amigo con mayúsculas porque, pese a que nos separaban más de dos generaciones, nuestra conexión era especial. Su sonrisa, su templanza, su cordialidad, su exquisita educación, su saber hacer en la vida y los negocios lo hacían diferente al resto de las personas a las que he conocido.

Dice nuestro admirado paisano Pérez-Reverte que cuando nuestros padres olvidan o mueren, con ellos se borra parte de nosotros; incluso situaciones, escenas, momentos que tal vez desconocemos, recuerdos que solo ellos tienen, ya que siempre han sido testigos únicos de aspectos de nuestra vida que ni siquiera nosotros mismos recordamos. Al morir se lo llevan consigo, y con su partida, un poquito de nosotros muere también. No se puede resumir mejor la gran pena que inunda mi alma desde que me enteré de tu repentina partida.

Zarpaste rumbo al cielo cuando te encontrabas al timón de tu velero, que un día lo fue, de tu queridísimo amigo y socio Pedro Manzanares. Surcabas el mediterráneo regateando, como tantas y tantas veces, rodeado de amigos y familia, y nada nos hacía sospechar que esa vez sería la última en la que podríamos disfrutarte con vida.

He tardado más de cuarenta años en comprobar en primera persona lo que la famosa sevillana siempre nos recuerda: «Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va». Y es que la sabiduría popular que tanto te gustaba y predicabas es infalible. La familia te es dada, pero los amigos son la familia que uno elige, y confieso que tu partida me ha estremecido.

Eras el ser humano más completo que he conocido. Hago esta afirmación con pleno conocimiento, porque no he encontrado una persona tan brillante y que pudiera alcanzar la nota de sobresaliente en tantas asignaturas distintas de la vida. Amantísimo hijo, leal hermano, entregado, dedicado y fiel esposo, padre orgulloso de sus hijos, abuelo incansable, honrado y exitoso empresario, cartagenero hasta la médula, comprometido con la trimilenaria y con la Región, generoso, patriota y por encima de todas las cosas, bellísima persona. Siempre servicial para con tus amigos, a los que jamás dejabas atrás. Tu cordialidad y eterna sonrisa no se pueden olvidar, pues gestionabas las dificultades haciendo fácil lo difícil.

Aquí me quedo yo, huérfano de maestro, de amigo, de consejero y con el único consuelo que encuentro en saber que nadie me va a quitar los recuerdos de nuestras didácticas charlas y de los nuevos descubrimientos gastronómicos que tanto nos gustan.

Cartagena, en tiempos de pandemia, ha salido a la calle de manera multitudinaria a rendirte el merecido homenaje y a despedir a uno de sus ilustres ciudadanos, con la certeza de que tu San Juan Marrajo te tiene muy cerca y es consciente del brillante consejero que pasa a formar parte del equipo celestial. Terminar estas líneas con la oración al ocaso de la Armada que tanto te gustaba. «Tú que dispones de viento y mar, haces la calma, la tempestad. Ten de nosotros Señor piedad, piedad, Señor, piedad». Buen rumbo Pepe.

DOMINGO  SANCHEZ  HOLGADO
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